L O C U R A S ...


Obsesión... Compulsión. Resultado.


Cada día contaba todos y cada uno de los lunares de su cuerpo... Temía que, si por alguna extraña razón, algún día le faltase alguno, su vida cambiara para siempre.
Tenía cien. Lo sabía. Estaba seguro. Los había contado uno a uno con paciencia cada día desde el día que se dio cuenta de que aquello existía en su piel.
Todos redondos, perfectos. En tonos marrones oscuros algunos. Otros, los menos, marrones claritos. Pero eran suyos. Formaban parte de su piel.

Una mañana que se disponía a contárselos como siempre, de pronto se dio cuenta de que algo distinto se había posado en su espalda: Era también redondo. Era también pequeño. Pero no era marrón. Ni marrón oscuro, ni marrón clarito... Era, sin duda alguna, la señal inequívoca de que algo malo estaba pasando. Era una mancha uniforme de color rojo burdeos.
Asustado, echó mano a la primera cosa que encontró en el baño dispuesto a borrarlo de allí para siempre. "¡Un cepillo!, ¡Un cepillo sería perfecto!", pensó. Pero no pudo. Por más que rascó y rascó, aquello seguía pegado a su piel. Así que, agobiado, pensó en arrancarlo de cuajo.
Se pellizcó y pellizcó... Pero nada. ¡Allí permanecía el maldito!

No sabía qué más hacer... ¡Aquello era un presagio terrible! Y no quería darse por vencido.
Fue a la cocina, entonces, y encontró la solución: "¡Las tijeras del pescado!" Se dijo a sí mismo.
Las cogió convencido, tomó un pellizco a la piel de la espalda que rodeaba aquello y, con mucha decisión, cortó el trozo como el que corta el patrón de una tela para hacer un vestido. "Ahora es perfecto", pensó. Y, como tal, dejó un rodal del tamaño de una cebolla en su espalda, sin piel...

Aquello no sería más que el principio del fin pues, a cada paso que daba, el rodal se estiraba y crecía más y más. Para cuando quiso darse cuenta, llevaba la mitad de la piel arrastrando por fuera del cuerpo y, con ella, todos sus bellos lunares. Los cien.

Y fue así cómo poco a poco, Paquito, mudó su piel como una serpiente. Lo que pasa es que , a Paquito, no le volvió a crecer más, y un día estupendo de sol radiante, mientras regaba las plantas, se quedó en el jardín seco como una pasa...

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Él

Todo el mundo sabe que, más tarde o más temprano, se va a morir. Por eso, y por su irracional obsesión por dejar su legado en la Tierra, el señor X, sacaba cada día una foto de su rostro y la colgaba en la oscura pared de su angosto cuarto.
Había sido así desde siempre, desde que tenía uso de razón.
Para él, se había convertido en una especie de ritual imprescindible.
Cuando ya no cabían más fotos, guardaba cuidadosamente aquellas más antiguas en la caja de galletas que escondía en un rinconcito de su armario.
El procedimiento era muy sencillo: Abría la tapa con cuidado de no hacerse daño en sus huesudos y largo dedos, sacaba todo el contenido de la misma y, con especial dedicación, ordenaba cada foto. Las observaba con nostalgia, con una tímida sonrisa en los labios. Las olía, una a una... despacito, cerrando los ojos, antaño oscuros, coronados por un gran ejército de pestañas, ahora pardosos y nevados. Acariciaba el pelo de Alicia en la imagen. Sí, Alicia también estaba allí. Al fondo del todo. Detrás de él. Mirando al objetivo.

Alicia ya no estaba. Se había marchado para siempre. Bueno... en realidad no se había marchado del todo. Permanecía dentro de él. Sí, sí. Dentro.
Alicia un día quiso marcharse. No aguantaba más a aquel loco al que antaño tantas veces había mirado con cariño. Así que, cogió sus cosas dispuesta a desaparecer. No le diría nada. Ella sabía que él dormía hasta tarde. Siempre había sido así.
Para cuando él se despertara, Alicia ya estaría muy lejos...

Lo que Alicia no sabía era que él siempre lo sabía todo. Y no estaba dispuesto a dejarla marchar.
Así que, la esperó en el hueco de la escalera y, cuando Alicia se disponía a abrir la puerta de aquella caverna y salir de puntillas, él la golpeó con fuerza por la espalda con su viejo bastón ennegrecido.

Lo que pasó después no fue fruto de una improvisación de viejo chocho: Preparó con paciencia un viejo caldero enorme. Lo llenó de agua hirviendo. La hizo trocitos... Y se la comió. "Así no podrás marcharte", decía. "Siempre estarás conmigo".


Y, aunque os horrorice leer todo esto, habéis de saber que esto siempre había sido así.
Nunca, ninguna, había podido abandonarlo...

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Ruido

No paraba de gritar así que no tuve más remedio que coserle la boca.
Cuando terminé, lo dejé en su cuarto, eché la llave, y me dispuse a ver la tele. Pero entonces, comenzó a dar patadas a los muebles. Así que le corté las piernas.
Tras coserle la boca y cortarle las piernas, pensé que todo habría acabado. Y entonces comenzó a dar puñetazos en las paredes. Así que fui y le corté también los brazos.
Y cuando le había cosido la boca, cortado las piernas y amputado los brazos... De pronto, comenzó a golpear la puerta con la cabeza.
Pensé entonces en cortársela, pero aquello me pareció demasiado cruel. Así que decidí cosérsela con cuidado a la almohada.
Y cuando le había cosido la boca, cortado las piernas, amputado los brazos y cosido la cabeza a la almohada, aún después de todo aquello, seguía haciendo ruido. Y, entonces...


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Quería ser...

Yo quería ser un unicornio. Sí. Uno de esos con los pelitos de colores al viento. Que vagan corriendo en el meridiano que separa el mundo real de mi mundo.
Un unicornio blanco. Con un cuerno blanco. Y el espíritu libre.
Quería ser un unicornio porque ellos no tienen dueño. Y porque, aunque ya nadie crea en ellos, ellos saben que existen porque están ahí. Existen porque son capaces. Porque nadie les ha dicho que no existen. Y porque tienen sombra...
Quería ser un unicornio. Pero también quería volar. Y no puedo. Tan sólo soy uno insignificante y estúpido ser humano. Uno de esos que van por ahí rompiendo el mundo. Matando por diversión, doliendo por gusto, jugando a crear el imposible tremendo. Sí. Yo soy uno de esos.
Pero no soy igual y cuando quiero olvidarlo, cierro los ojos y vuelo. Escribo y me pierdo... Observo, y me alejo, y pienso que
yo quería ser un unicornio. Sí.
Quería ser uno de ellos.


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