CUENTOS



CUENTO 16

Aquella mañana me llegó un paquete gigante a casa. Cuando abrí la puerta, el mensajero mascaba con desgana un chicle mientras rellenaba el papelito rutinario de entrega. “Le traigo un paquete, Sr. Ikovson”, dijo distraído. “Firme aquí, aquí y aquí”. Apenas me había dicho aquello, le aseguré que había un error, yo no había encargado nada y, menos aún, tan grande… “Yo tengo que entregárselo. Órdenes de arriba.” Y con aquella frase dio por concluida nuestra animada charla. Subió el bulto a la carretilla y entró en mi casa, dejando el dichoso paquete en el salón. Cortó los precintos y se deshizo del envoltorio con bastante agilidad. “¿De qué compañía me ha dicho usted que viene?”, pregunté bastante irritado. No era normal que el mensajero que te trae el paquete, además de meterlo en tu casa, también lo abra… El chico no respondió, seguía a su tarea de desenvolver el atadijo. Salí a la puerta indignado, intrigado, ansioso por descubrir a qué empresa de envíos pertenecía aquel niñato descarado. Acababa de decidir que tomaría la matrícula del camión de repartos y pondría una reclamación en cuanto tuviese un hueco. Pero el camión carecía de logotipo de cualquier clase, matrícula o distintivo que lo identificase. Sencillamente se trataba de un camión blancuzco, más bien sucio y lleno de abolladuras. “Es un envío especial, señor. He de asegurarme de que recibe usted la mercancía. Tengo órdenes bastante claras sobre mi cometido y una de mis tareas, entre otras, consiste en dejar el artículo perfectamente desenvuelto y listo para su uso.” Dicho aquello, recogió los envoltorios, restos de cinta adhesiva y papel de burbujas que había repartidos por la habitación.  “Que la disfrute”, dijo. Y, sin más, se marchó. Mi sorpresa fue brutal al descubrir que el regalo recibido era una chica.

No podía entender absolutamente nada. La chica, tumbada en la alfombra central de la estancia, parecía respirar con calma. ¿Estaba dormida profundamente?, ¿inconsciente, tal vez?. La examiné con cuidado. Estaba completamente desuda. Su piel aterciopelada era aún más exquisita que la alfombra sobre la que yacía, comprada en Marruecos, hecha con los mejores materiales. Sus tatuajes encajaban a la perfección con la decoración que tenía pensada para mi nuevo hogar y su tamaño era idóneo, bien encajado.

Por unos segundos, se me ocurrió que despojarla de algo tan suyo como era su propia piel y abandonarla a la suerte era demasiado sádico incluso para mí, pero me gustan los retos. Nadie lo notaría. Llevaba tanto tiempo rehabilitado, que no sospecharían de mí, el enfermo que arrancaba los pellejos a las chicas para hacer con ellos preciosas obras de arte.

Me dirigí, entonces, a mi estudio. Abrí la cajita de latón envejecido que guardaba con celo en un cajón de mi mesa. Rebusqué con calma entre los enseres que había dentro y, al fondo, encontré mi pequeño bisturí. Volví al salón con paso firme, sintiendo por dentro una emoción parecida a los momentos previos al orgasmo, cada vez más intenso a medida que me acercaba a aquella mujer. Cuando estaba a escasos centímetros de ella, paré en seco de repente. Algo seguía sin encajar. ¿Para qué y quién me había enviado aquella chica desnuda? Alguien que conocía mi pasado oscuro me estaba incitando a caer de nuevo, pensé en un insólito momento de lucidez. Pero, realmente, a esas alturas de la película, ¿cómo iba a explicar que había llegado aquella mujer a mi casa y en las condiciones que lo había hecho? No podía, me convencí.

Sin más demora, me dispuse a seccionar con cuidado la piel de su abdomen. El resto sería pan comido.

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CUENTO 15

Al principio, no tenía intención ninguna de matarle. Pero me lo puso en bandeja, así que sucumbí.
No fue fácil. Lo más importante de todo debía ser que no sufriera. Era la única condición. Pero... ¿Qué es sufrir? Sufrir es un término bastante subjetivo. Desde pequeña había pensado que algo que a mí me hace daño, puede no hacértelo a ti y al contrario. Igual que, algo que a mí puede parecerme normal, para ti puede ser la mayor aberración del mundo. Entonces, ¿Dónde está el maldito término medio? ¡Tonterías! Así que, dejé de darle vueltas a todo aquello y me puse manos a la obra. Estaba deseando jugar a las torturas.
Le inyecté la toxina en la cantidad adecuada que evitaría que sintiera dolor (por aquello de no sufrir), pero permitiera que estuviera despierto y consciente durante todo el proceso, dejé que hiciera efecto y actué...

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CUENTO 14

Sucedió en verano. Había otras tres estaciones más. Pero no, tuvo que ser justo en esa cuando Carlitos decidiera por fin quemar viva a su vecina Violeta.
No soportaba que fuera siempre tan comedida, tan increíblemente escrupulosa. Y, por encima de todo, no soportaba que fuera tan guapa. Así que, una tarde de domingo de aquellas que pasaban bañándose en el lago, mientras ella estaba tumbada en la orilla tomando el sol sobre la toalla de colores vivos, Carlitos tomó un mechón de pelo de ésta y le prendió fuego con el mechero...
Él no hizo nada por apagar las llamas. Más bien, todo lo contrario. Se sentó a una distancia segura de no prender con una chispa y observó. Nada más. Cuando terminó, empujó con la punta del pie derecho lo que quedaba de la chica al lago como si fuera un trozo de madera viejo, y lo vio alejarse por el impulso. Recogió sus cosas y se marchó a casa tranquilo. Por fin podría vivir en paz.

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CUENTO 13

EMPEQUEÑECIDA, LLORADA Y ADORMECIDA...

Así se sentía ella al recordar lo lejano de su hogar...

Ella se había marchado de casa pensando que en su destino le esperaría el gran amor de su vida: Saúl.
"Saúl es un ángel caído del cielo", contaba ella emocionadísima a sus amigas. "Sabe cómo hacer que me sienta diferente, que me sienta bella y querida...", suspiraba.

Alana, que así se llamaba, contaba entonces sólo con 14 años. Tenía el pelo rojizo, a media melena y ondulado. La cara bañada de pecas y unos ojuelos brillantes y grandes que irradiaban felicidad.

Conoció a Saúl a través de las "redes sociales". Era amigo de una amiga, de otra amiga, de un... Uno. Y, sí, era bien cierto por las fotos que Saúl era un chico irresistible.
Atento siempre a la llamada de Alana, respondía de inmediato y pasaban horas hablando en el chat.
Lo verdaderamente horrible de todo esto era que Saúl, en realidad, no existía.

Alana, adolescente loca con tendencia al tremendismo y las hormonas en rompan filas, creyó que nadie en casa la echaría de menos. "Mamá ocupada todo el día trabajando. Ni siquiera me la cruzo en casa. No se enterará... Papá, trabaja demasiado y lo poco que pasa en casa, es esclavo del portátil. Mi hermano, prácticamente criado por Nora (la vecina), jamás dirá nada. Siempre está con ella. Mañana ya no se acuerda de mí.", explicaba convencida a sus amigas. Así que, una mañana, armó su petate colmado de sueños, sueños ensombrecidos, recogió su pelo en un moño alto desarmado, se calzó sus botas favoritas y se fue. Tenía que encontrarse con su amor.
Había quedado con él a 3200km, a una hora exacta, en un país desconocido. Él lo había preparado todo.
Pero Saúl jamás llegó a su encuentro. En su lugar, un grupito de otras 13 niñas más o menos de su edad, esperaba en el mismo sitio. Distintas nacionalidades, distintos looks, distintas lenguas... Estaba confusa. Y, para su horrible sorpresa, todas esperaban a Saúl.

Y allí, enjaulada, en un país desconocido, Alana, vestida de muñeca de trapo, lloraba desconsolada miles de horas todos los largos días, pues sabía que salir de su jaula significaba no volver a entrar viva nunca jamás.
"Así ha sido siempre", le dijo una niña pequeña a Alana desde el otro lado de los barrotes. "No llores más o te oirán", continuaba. La niña dibujaba distraída en una vieja libreta, tirada en el suelo. "Papá os caza, mamá os cuida hasta que estáis maduras, él os selecciona y, después, os guisa."...


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CUENTO 12

VENENO

Hubo un tiempo en el que supo para qué servían todos y cada uno de los enseres que conformaban la vajilla, incluidos cubiertos y vasos...

Dictadora hasta el final de su cordura, la vieja Aurora, se dejaba morir ahora que ni siquiera recordaba cómo se abría aquella horrible pared con cerrojo por donde antaño hubiera entrado y salido ella, radiante de felicidad, borracha de poder, con su flamante marido al principio, y sus lustrosos hijos después.
Estaba rota, sola y hundida, y el tiempo pasaba para ella tan despacio que podía escuchar a las horas deletrear su nombre.

Aurora no se rindió cuando descubrió que su marido la envenenaba a escondidas. Él estaba enamorado hasta el tuétano de Mario, un íntimo amigo de la familia. Y aquello era recíproco, pero estaba mal visto... "¡¡Algún día arderás en el infierno!!", le gritaba ella desde el salón, ahogada por sus lágrimas, despeinada, con el rímel derramado en sus mejillas, frustrada hasta lo más profundo de su ser. "¡¡Arderás y yo estaré allí para verlo, zorra!!", decía. "Estaré allí para verlo...", suspiraba al final...
Para su desgracia, como si de un Marianovsky cualquiera se tratase, éste, jugaba con la aconitina a escondidas casi constantemente: primero había sido el gato. Después, desapareció el perro. Y finalmente, fue Diana, el ama de llaves, la que sucumbió a los efectos de tan mortífero veneno sin saberlo. Todos lo achacaron a una colosal indigestión.

Aurora, frustrada, sabiendo que al hacerle marchar de su casa, tendría las de perder, y que si se marchaba, ella, una doña nadie, acabaría durmiendo en la calle, apretó los dientes y aguantó.

Y, dicen, así fue como, poco a poco, la regia Aurora, se fue volviendo loca, fue perdiendo por completo la razón.

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CUENTO 11


MUERTO

Me gustaba fingir que estaba muerto. La vida se ve desde otra perspectiva mucho más interesante, sin duda.
Tenía mi propio ataúd, mi propio traje fúnebre, y mi propia cámara refrigerante. Era un business genial.
A mi familia no le importaba. Sabían que todo aquello lo hacía porque reforzaba mi personalidad y a ellos, eso, les hacía felices.
Nadie se había molestado jamás en cuestionar aquello. Yo no le hacía daño a nadie...

Solía tumbarme a morir cada día durante, al menos, una hora. Tenía, sin duda, un ritual imprescindible: Primero, me metía en la cámara durante alrededor de cinco minutos enteros tras lo cual, mi hermano pequeño, me sacaba y me metía en mi ataúd. Mi madre, mujer voluntariosa donde las haya, me ayudaba celosamente. Encendía con cuidado cada una de mis cincuenta velas rojas perfumadas y las colocaba alrededor de la caja con suma delicadeza. Apagaba la luz, corría la persiana y las cortinas, y quemaba aceite de rosas en el inciensario que había a los pies del féretro.
Mi hermano pequeño, además de sacarme de la cámara, se encargaba de amortajarme y maquillarme pausadamente y con gran dedicación. Y mi padre, un señor regio y de porte bastante imponente, una vez que habían preparado mi cuerpo, leía unas palabras de consuelo y descanso eterno y se marchaba. Y con él, todos los demás, siendo mi madre la última pues ella se encargaba de cerrar la puerta tras de sí. Y, por supuesto, jamás podía dejar de sonar de fondo el dulce Réquiem de Mozart. Sublime.
Era relajante y me aclaraba las ideas.

Un día me concentré tanto en morirme que, cuando quise darme cuenta, estaba flotando sobre mi ataúd. Lo supe porque, cuando abrí los ojos, yo estaba abajo, lejos de mí.
Vi a mi madre llorando desconsoladamente. Mi padre, abrazado a mis pies. Mi hermano, con el semblante desencajado y los ojos como platos, fijos en mí, arriba.
También vi al resto de mi familia... Y a mis amigos.
No podía entenderlo. Sólo era mi hora de relax. ¿Qué estaba pasando?
Cuando vi llegar al Padre Ernesto lo comprendí: Me había convencido tanto a mí mismo durante cada día de mi vida de que me moría por una hora, que finalmente me había muerto de verdad y para siempre.
De repente, di un respingo. Alguien me había tocado una mano: "Julián, ¡Vuelve!", me dijo.
Y ya no tuve más remedio que volver.
Con lo bien que estaba allí arriba...


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CUENTO 10

SU FETICHE.

Cada día la observaba con cariño recoger su delicado pelo en un divertido moñito bajo. Soñaba con acariciarle la nuca desde el primer día que la vio hacer tan mundano gesto. No sabría decir qué fue primero, en realidad, si la nuca o lo atraparon sus ojos sin piedad. Pero estaba claro que ya sería suyo para siempre en lo platónico.
Él la escuchaba embelesado cuando le hablaba. Daba igual lo que le dijera, a él no le importaba. Lo único que quería era besarla, por eso seguía hipnotizado el baile sensual de sus labios carnosos y rosados. Aquello era un arma de doble filo. Quizás por eso jamás se atrevió.

Pronto, comenzó ella a sucumbir, sin darse cuenta, a sus caprichos, olvidando por completo lo mágico de su esencia.
Cada día, una cosa nueva. Cada día, un nuevo reto; un nuevo reproche, un nuevo eslabón de una cadena que le ataba a él y condenaba.
Lo que había comenzado como un juego para ella, ahora era una pesadilla. Así que, un día, decidió desvincularse por completo, pues se había convertido en su fetiche favorito. Aquello le hacía sentir tan pequeña...

Cogió lo primero que encontró en el estudio: "Un boli, mismo", se dijo.
Él estaba sentado a la mesa , metido por completo en su trabajo, así que ni la escuchó llegar, ni acercarse por detrás.
Ella, dulce veneno para aquel hombre, le acarició el pelo lasciva. Él, sobresaltado, pero encantado de recibir tan cálido gesto, le tomó la mano con la que ella le había tocado, y se la besó, tras la cual se volvió a meter, distraído, en su tarea.
Entonces, ella, respiró profundo, (le temblaba el pulso) midió la distancia con cuidado y, con impulso, incrustó el bolígrafo en su cerebro, a través del oído, con la otra mano. Quizás hubiera sido más fácil haberlo hecho atravesándole el ojo, pues era más blandito. Pero también era más arriesgado.

Nunca jamás volvió a ser la misma desde aquello.

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CUENTO 9

LA VÍCTIMA...

Sí, es cierto. Le corté un brazo.
Se lo corté porque quería ver lo que tenía por dentro. Las clases de anatomía, en mis tiempos, no eran lo suficientemente explícitas para mí.
Quizás fui un poco osco en mis formas. No quería, en serio. Pero no sabía una manera mejor. Tampoco sabía que saldría tanta sangre. Fue horrible. Siempre he dicho que si fuera un vampiro, sin duda, me moriría de hambre...

La cuestión es que está claro que le dolió. Mucho. Se puso azul de repente. Y contuvo la respiración hasta el hastío.
Tampoco tenía las herramientas adecuadas, así que no me quedó otra que usar un tenedor y un cuchillo.
A cada pinchazo con el tenedor, seguía un quejido lastimero. Y al quejido, un corte de cuchillo. Cejado.
Era tremendo el ruido que hacía éste al serrar el hueso. Era duro al principio. Después, blandito como la mantequilla, y de nuevo duro hasta el final.

Recuerdo que, cuando acabé, tomé el brazo no sin demasiado asco, y lo dejé sobre mi mesa de modelado. A él, le até el muñón como pude y decidí quemarle la herida, por aquello de las bacterias y demás. Cómo gritaba... Y menudo olor... Quedó inconsciente, claro.

El brazo, por su parte, no supuso un gran problema para mí. Una vez alejado del cuerpo, estaba siendo bastante fácil de manejar. Con lo que yo no había contado era con que su dueño recuperase tan pronto la consciencia ya que, cuando me disponía a extraer con cuidado la arteria cubital... ¡¡ZAS!!
Sentí un profundo dolor de cabeza. Es lo último que recuerdo antes de despertar... Cuando abrí de nuevo los ojos, el cableado enmarañado que partía de mi cabeza hasta los monitores que había al fondo del cubículo donde me desperté, me dejaron claro que, desde el principio, la víctima había sido yo.

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CUENTO 8

CULPABLE

Se arrodilló confuso frente a los barrotes de mi celda, cabizbajo y triste. Su imagen, a pesar de simbolizar para mí el mal personificado al máximo, me infundió, en ese momento, la mayor de las ternuras posibles.
Estaba ensangrentado. Tenía el pómulo derecho reventado hasta el punto que dejaba ver al otro lado, incluso, el hueso maxilar superior. Calado hasta los huesos por la lluvia, sollozaba a la vez que luchaba por mantener calmada su respiración.
Yo me acerqué despacito para consolarlo y acariciarle aquella melena oscura y voluminosa. Quise quererle. Quise perdonarle... De pronto, me miró con los ojos inyectados en sangre y me agarró con fuerza la muñeca, tirando de mí hasta casi pegar mi cara a la suya a través de aquellos oxidados barrotes.
- "¡¡Tú eres la culpable de que arda su piel!!", gritó.

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CUENTO 7

SENECTUD.

Lo veía caminar confuso cada noche por el pasillo que da a mi cuarto: Llegaba hasta la puerta entreabierta, murmuraba algo entre dientes, y se volvía a marchar.
Podía oír sus pasos torpes, su respiración angustiada, el miedo impregnando su voz... Y yo, desde el otro lado, cerraba los ojos cuando se acercaba y los abría sólo para verlo marchar.
Debía ser terrible estar en su piel, saber, ser consciente de que estás dejando de ser tú, perdido en un bosque de recuerdos vacíos...

Añoro cómo, cuando era una niña, me dejaba descubrir el mundo en su regazo. Su mundo.
Ahora, pasados los años, no era más que un saco de ternura, relleno de olvidos, inseguro y asustado, que es consciente de que pierde su esencia y desanda el camino... porque, sencillamente, ya no sabe cómo abrocharse un botón.


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CUENTO 6

NINNA. Primera parte.

Ésta es la historia de Ninna, la última mujer humana que queda sobre la Tierra.
Ella luchó y sobrevivió... Y yo quiero contaros su historia.



Corría el año 2032.
Una guerra bacteriológica había acabado con el 90% de la población.
En sí, el objetivo se había cumplido.
Los únicos supervivientes que quedaban sobre el planeta, intentaban reorganizarse para poder comenzar de nuevo. Sí, cuentan que esto era innato a los seres humanos, tan parecidos al común virus de la gripe, atacados y mutados para volver a la carga en cualquier momento, en esencia por el puro instinto de sobrevivir. Qué irónico.
Así pues, establecieron varios asentamientos alrededor de todo el planeta, y, como siempre, había jefes. Líderes por naturaleza que habían hecho de aquella situación el ecosistema perfecto para gestar una nueva civilización. Y así lo hicieron:

Después de aquella catástrofe, se había impuesto un nuevo orden mundial y toda mujer menor de 40 años que no tuviera hijos, habría de ser vendida como esclava...
Así lo habían anunciado en el campamento base. "Ellos" habían ganado.

Y lo pero no era nada de todo aquello, sino todo aquello que estaría aún por llegar...
Al día siguiente al anuncio, un ser imberbe, de piel azulada y ojos profundos irrumpió en su caseta a golpes. Había pujado por ella un precio muy alto. Había competido con los mejores humanos. Había apostado muchísimo dinero y había ganado. Así que, pensaba llevársela a su casa a cualquier precio, incluso a golpes.
Cuando despertó aturdida por el sueño y las voces, creyó estar aún dormida, siendo partícipe de una pesadilla. Pero supo que se trataba de una realidad en cuanto él la arrastró del pelo por el suelo del campamento hasta su coche.
Sí, tenía coche. Era uno de los pocos privilegiados que lo tenían. Así que debía tener también mucha gente a su alrededor, dispuesta a luchar por él, a cambio de lo que fuera. ¿Por qué? Ni idea.

Escapar sería inútil. Daba igual lo fuerte que gritase, lo mucho que le golpeara o la resistencia pasiva que quisiera hacer. Él era mucho más fuerte que ella. Y, ahora, era su amo.

Cuando llegaron a la casa, blindada hasta los ojos, él mismo la llevó al cuarto de aseo, le quitó la ropa sucia y ensangrentada, y la lavó con sumo cuidado.
Era irónico que se comportase así con ella después de haberla sacado, literalmente, a rastras del campamento.
En seguida llegaron las otras chicas, no mucho mayores que ella, para vestirla y explicarle su nuevo cometido. Estaba claro: Servirle de juguete para lo que él quisiera.
El reglamento era bastante conciso, y no dejaba cabida a la libre interpretación:


                 * Ella sería su esclava de por vida, hasta la muerte del amo. Una vez esto hubiera sucedido, ella quedaría libre y podría marcharse.
                 * Durante su vida en manos del amo, podría ser vendida a terceros y éstos podrían volver a venderla. Pero lo que, jamás, bajo ningún concepto, podrían hacer sería hacerle daño...
                 * ¡Ah!, Y lo más importante de todo: Jamás volvería a tener contacto con el exterior.

Aquello debía ser una broma de mal gusto. La había golpeado nada más llegar.

Teniendo en cuenta todo aquello, Ninna pensó que daba igual lo que le hicieran... O lo que ella hiciera allí dentro, nadie nunca iba a enterarse de nada...

La pesadilla había comenzado.


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CUENTO 5

"PRINCIPA"

La princesa miró desafiante al príncipe a los ojos... sin piedad. Tenía claro su objetivo desde hacía muchísimo tiempo, y no iba a rendirse ahora.
Sus largas jornadas a solas en aquel vetusto castillo, le habían servido como entrenamiento a la gran batalla final que estaba a punto de comenzar:

Se arremangó el vestido, recogió su larguísimo cabello en un moño descuidado y lo señaló con ira. Le dijo:
"Estoy cansada de lustrar tu armadura, limpiar tus deshechos y remendar tus calzones."

Se montó en su dragón, lanzó bien lejos sus malditos tacones, y se marchó para siempre...

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CUENTO 4

DOMINADOR DE MUNDOS.

"Creo que puedo alcanzarlo desde aquí", dijo Damián. "No está a tiro de piedra, pero sé que le daré, justo ahí, entre las cejas."
"¿Estás seguro?", preguntó Edmund. "Es la única oportunidad que tendremos para poder robar la llave del torreón, no podemos cagarla."
"Completamente seguro...", espetó, con una sonrisa malévola que le iba de oreja a oreja.
"Ok. Lanza, pues."
Damián se agachó, apuntó bien con su tirachinas y... ¡¡ZAS!! En todo el centro.
Había, sin duda, alcanzado de pleno a su objetivo.
El gordo y maloliente de Sam, guardia real en la puerta principal de Espanto, yacía ahora bocarriba en el charco fangoso de la entrada. Ahora sólo contarían con dos minutos exactos para llegar al torreón, abrir el pesado portón de madera, y robar tan codiciado tesoro.
Pero, para cuando llegaron, alguien se les había adelantado porque, El Gran Libro Dominador de Mundos, ya no estaba. En su lugar, habían dejado una nota: "Si éste libro funciona, sin duda lo sabréis. Fdo.: Anna."

Ambos se miraron confusos, blancos por la ira, lamentando no haber matado a aquella niña insoportable días atrás, cuando la sorprendieron de polizonte en la bodega de aquel barco en Esperpento.
Sea como fuere, ahora tenían otra misión: Encontrarla, matarla y seguir con su plan, pues ambos codiciaban más allá de lo imaginable, dominar los mundos... Gobernar.

Lo que no sabían era que, aquello, muy a su pesar, ya hacía mucho tiempo que había comenzado...


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CUENTO 3


SU REALIDAD.

Ser como era él, era bastante complicado, así que nadie quería implicarse.
Su madre, desde siempre supo que su hijo era diferente, y no luchó por hacer ver lo contrario a los demás. Sencillamente lo recluyó en casa y lo educó y cuidó de él con todo el cariño con el que sólo una madre lo sabe hacer, aunque lo dejaba interactuar con el mundo real.

Después se hizo mayor y ella ya no podía hacerse cargo constantemente, así que consiguió que lo dejaran trabajar en la fábrica de escobas...
Así, todos los días hacía el mismo recorrido: Salía del trabajo, pedaleando pesadamente en su bici, iba al campo de al lado de casa, recogía seis margaritas, ni una más ni una menos; y echaba a andar torpemente bosque adentro en busca de su amor. Cuando llegaba, ella lo miraba impasible, inmóvil, regia. Y él, como si se tratase de un niño al que acabasen de regañar, agachaba la cabeza y esperaba su consentimiento para poder acercarse. Al cabo de un rato, despacito, caminaba hasta su lado, deseoso de poder abrazarla sin miedo. "Hoy es un día especial", decía siempre. "Te he traído un ramito de flores. Cógelo, es para ti". Ella seguía mirándolo con altivez, posada en aquella piedra. "¿Por qué no lo coges?, ¿no lo quieres?". Él esperaba una respuesta.
"Vale, las dejaré a tu lado y, cuando me vaya podrás cogerlas.", decía... "¿Sabes una cosa? Hoy es un día especial. ¿Y sabes por qué? Porque quiero casarme contigo."
El silencio seguía reinando entre ellos, perdía la calma y explotaba: "¡Vamos!¿No quieres casarte conmigo?". Pero ella jamás decía nada. Simplemente lo miraba con desdén.
Finalmente, él siempre se marchaba con tristeza porque su amor no quería pasar junto a él el resto de su vida...

...Y allí quedaba ella, la bella escultura de una dama pensante, de mármol envejecido y desgastado por el tiempo, regalada de flores cada día desde que, en una de sus escapadas al bosque, él la descubrió.


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CUENTO 2


LA RANITA

Se calzó sus botas, se atusó el flequillo y echó su mochila al hombro.
Sabía que, una vez cruzara la puerta, atravesara el bosque, anduviese días por la llanura, saltara al vacío desde el acantilado y nadase los 1200km que le separaban de aquella charca soñada, sería una ranita feliz. Y aquello le hacía cosquillas en el corazón.
Así que abrió la puerta dispuesto a salir: Asomó la nariz redonduela, sus ojillos saltones y miró muy atento. Vio que fuera todo estaba muy tranquilo. La vieja charca seguía en el mismo sitio de siempre. El cielo, encapotado hasta las cejas, anunciaba que pronto comenzaría a llover. Dan, el caracol tuerto, como siempre, tomaba el fresco sentado en su puerta mientras chupaba una rica hija de helecho.
Todo estaba exactamente igual. ¡¡No lo soportaba!! ¡Necesitaba una aventura!
Sacó una patita, avanzó con cuidado por el camino de gravilla blanca, y se marchó.

Tras diez largos minutos caminando, su "aventura" empezó a no verse tan interesante. Le dolían las patitas, tenía una sed insoportable, ¡y ya había acabado con sus reservas de comida!. "Tal vez, la vieja charca no estaba tan mal", pensó. "Tal vez, un día, pueda marcharme de casa... de verdad", "Quizás debí pensar que una caja de mosquitos Tijuana y un paquete de larvas pasa no serían suficiente.", Se decía. "A lo mejor, mi mamá me estará buscando..."

Y así, con todo eso en su verde y peluda cabeza, se sentó distraído sobre una rama. Se acordaba de sus amigos, de su charca preciosa y, sobre todo, de sus doloridos pies.
Y así, poco a poco, la ranita, se fue quedando dormida.



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CUENTO 1


MI PEQUEÑO DOWNDINO





" ¡¡Yo mataré monstruos por ti!!", dijo aquella niña, y tomó con amor la manita regordeta de su hermano.

Él era especial: Tenía pánico a la oscuridad y al silencio, al rugido del viento... Pero tenía una princesa a la que salvar. Así que se hizo una bolita y se deslizó por el profundo agujero, detrás de su hermana.
"¡¡Qué gran aventura nos espera!!", gritaba ella, loca de la emoción, mientras caían al vacío. Tenía una espada, tenía una armadura. Y tenía un dragón.
Cuando aterrizaron, él tenía el pelo blanco del polvo. Y su hermana había perdido el coletero rosa que le había puesto mamá. Pero eso no importaba. ¡Tenían que llegar al castillo! y , por el camino, tenían muchos lagos que cruzar, muchas rocas que saltar y muchos monstruos que matar. Bueno, él no, su hermana...
Así que, ella, sacudió el pelo a su hermano, colocó bien sus gafas y lo cogió de la mano. Se atusó el vestido, cogió la espada y llamó a su dragón: Coco.
Juntos avanzaron a través de la maleza, observados por los malvados cuervos hambrientos de carne blandita de niño. Mataron a una araña gigante que escupía babas verdes espesas, sobrevivieron a las terribles arenas movedizas y, cuando estaban a punto de llegar al castillo: "¡A comer! ¡Hay croquetas!", gritó mamá desde la puerta del patio trasero de casa.

La aventura había acabado: El agujero volvió a se el tobogán. La maleza, los arbustos del patio. Los cuervos, las palomas de don Eusebio. Las arenas movedizas, el arenero del gato. Y Coco, el dragón, volvió a ser un perro.
Al fin y al cabo, no eran más que Gon, Lola y su perro, pero sabían que , juntos, conquistarían el mundo...

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